martes, 24 de mayo de 2011

Princesa.



Y allí esta de nuevo, sentada en la ventana de la alta torre esperando a que su príncipe vaya en su búsqueda y la saque de aquella cárcel. Cárcel sin cadenas, pero privada de libertad. Ha perdido la noción del tiempo, no sabe los días, meses o años que lleva secuestrada, pero sigue allí. El único aliciente que le queda es sentarse en la vieja piedra y observar el exterior, el sol, el horizonte en busca de tiempos mejores.

El aire le da en la cara, le eriza el vello de los brazos, es primavera, lo sabe por los árboles floridos y el piar constante de los pájaros. Añora las tardes de paseo por el jardín de palacio, los baños en el estanque o la compañía de los guardianes. Añora las caricias del príncipe, los trotes con él a caballo o las rosas que le dejaba cada mañana a la puerta de su habitación. Añora las cosas sencillas, simples, los pequeños detalles. La flor de nata que Amelia, la cocinera, le ponía cada mañana en la tostada; el lazo al final de su trenza que cuidadosamente Carole, la doncella, le colocaba; el dulce beso que la reina le daba cada noche. Sutiles gestos que nada podía suplir en aquellos momentos de soledad.

Miró al horizonte esperando escuchar el trote del caballo del príncipe que acudía a rescatarla.
Necesitaba una señal.
Una pizca de esperanza. 
Un poco de ilusión.
Algo.

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