domingo, 23 de octubre de 2011

Tren de las 20:20.

La poca inocencia que le quedaba se había marchado en el tren de las 20:20. Por mucho que no paraba de darle vueltas a las cosas, sabía que nada volvería a ser igual, que la ilusa niña que sostenía aquel helado de limón ya no volvería a jugar con muñecas. La etapa que comenzaba ahora era diferente, cambiaba la inocencia por la desconfianza, ya no iba a mostrarse tal como era, debía construir un pequeño muro a su alrededor como autodefensa, para que aquello que minutos antes le habían robado no le hiciera más daño jamás. El tiempo lo curaría todo, pero aquel resquicio de niñez que todavía le quedaba ya no volvería, lo veía irse con la partida del tren, cada vagón se llevaba a su paso un pedacito de aquello de lo que ella no se quería desprender, y, sin embargo, no podía hacer nada para evitar que se la llevara por aquella vía.

Minutos después cuando ya no atisbaba a ver el tren comprendió que tarde o temprano la inocencia la tendría que perder, pero nunca pensó que ésa iba a ser la manera, que ésa iba a ser su despedida, que se iría para nunca volver. Unas lágrimas cayeron por su rosada mejilla, un frío le recorrió la mano, el helado de limón se había derretido mientras ella decía adiós. Levantó la cabeza y pensó: quien de verdad te quiere, no te deja marchar. El orgullo no gana al corazón.

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