sábado, 16 de abril de 2011

Dejarse llevar no siempre suena bien.

Caminaba con su acitud hostil, solitaria, cigarrro en la mano y libros cogidos con el brazo. No tenía un destino fijo, caminaba vagando por la monotonía de la ciudad en busca de un lugar en el que meditar acerca de todo lo que le rodeaba, lo necesitaba desde hacía tiempo. Eligió un banco oculto tras un árbol, con vistas al río, quizás así sus divagaciones podrían ser arrastradas por la suave corriente.

Abrió uno de los libros, filosofía en estado puro, en cada una de sus letras, palabras, frases, párrafos. Cómo le gustaba; sabía que lo único que conseguía así era reavivar el círculo viciososo que su cerebro se empeñaba en alimentar. Pero el masoquismo mental era uno de sus puntos fuertes y , para uno que tenía, no iba a darle la espalda.

Un capítulo, dos y...¡otra vez la mente ausente!
Se sentía un despojo, ya no lograba ni centrarse en aquello que tanto le nutría, en aquello con lo que más disfrutaba. Ahondaba en él, en realidad no le hacía falta, sabía que era el pasdo el que diariamente caía sobre él como un jarro de agua fría. Cobardía. Miedo.

Se levantó, caminó dos pasos y se paró frente a la barandilla. Quizás no era tan sencillo arrojar sus pensamientos al río. ¿Por qué no mejor quemarlos con su cigarro?

1 comentario: