Tenía ganas de llorar. Hacía mucho tiempo que no le pasaba y muchísimo más tiempo que no lo hacía. Sentía la presión de que la gente la veía como no era, los idealismos nunca le habían gustado, y menos que recayeran sobre ella. Quería, quería, gritaba en silencio el querer. Por dentro algo le decía que no sabía si ese verbo iba a transformarse en un poder o en un conseguir.
Me tiro al río y no sé nadar.
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