lunes, 7 de marzo de 2011

Gritando en silencio.

Una llamada telefónica. Alicia llegaba tarde al trabajo, otra noche en vela. Demasiadas cosas en las que pensar, demasiado poco tiempo para dormir, demasiado agobio escondido. Pensaba que con pastillas todo se iba a solucionar pero estaba equivocada, se había dado cuenta de que todo lo que rondaba por aquel torbellino de cabeza debía empezar a cambiarlo desde dentro. A veces, la teoría se conoce, pero se ignora la práctica.

-Alicia, son las 8:25, ¿Te ha ocurrido algo?
-No, un pequeño problema con el coche, en 5 minutos llego.

Cinco minutos, típico. Un problema con el cohe ¿Qué otra cosa podía decir? Algo así como: "perdona, he dormido un poco mal, algo que me sentó mal anoche, me dormí". O quizás algo como: "no tengo ni la más mínima gana en molestarme en ir a trabajar. Hoy no. Y mañana quizás tampoco." Sí, esa respuesta le gustaba más.

Odiaba su trabajo, los juzgados, o quizás se odiaba a ella; había olvidado diferenciar conceptos. Algunos tan diferentes como felicidad y tristeza, no lograba separarlos porque desde hacía mucho tiempo sólo uno de ellos primaba en su vida, había acaparado todo y no acertaba a discernir cómo sentir el otro.


Paró el coche, salió de él y entró en un bar. Necesitaba centrarse y poner cara de indiferente, como si no hubiera ocurrido nada. Un café, dos, tres, los que hicieran falta. Quien dijo 5 minutos dijo media hora.

-Alicia, tenemos un asunto importante. Ven ya o estás fuera del caso.
-Pi, pi, pi, pi...




Voy a empaparme en gasolina una vez más, voy a rasparme a ver si prendo, y recorrer de punta a punta la ciudad quemando mis malos sueños.

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