domingo, 6 de febrero de 2011

Gritando más alto que nunca.

Un libro en la mesilla: "El signo de interrogación" de Tino Barriuso. Mezcla de intriga y amor, basado en la ciudad de Burgos, cayó en mis manos no sé por qué. Lectura esporádica, no está mal, tengo ganas de pillar uno de Tolstoi. No es una obligación, es un placer.


Careta, tras la que escondía infinidad de acontecimientos, de sentimientos, un trocito de él. No soportaba ver cómo la gente se preocupaba, cómo la gente veía esas debilidades que escondía pero que estaban presentes, que sabía, pero que ocultaba. No lo soportaba y no lo permitiría.
Se sentía fuerte, impenetrable, de acero. Pero había momentos en los que el acero se fundía y se volvía débil, de plastilina, vulnerable.


Se sentó en el banco de siempre, enfrente de su casa, era el lugar al que iba cuando no se encontraba bien, cuando esas inseguridades habían arraigado tan dentro de él que necesitaba desahogarse. Pero lo hacía el solo. Había aprendido a hacerlo así, nada de carne y hueso entre medias. 
Y es que aquel día no era su día. Conocía de sobra que solía frustrarse muy fácilmente, era una de aquellas personas ilusas, que se crea mil y una historias de bandidos, de reyes, de caballitos de mar y de veleros a la deriva aun sabiendo que nunca se cumplirían. De hecho, a veces sólo y exclusivamente vivía de ilusiones. Y así le iba. 
Se sentía muchas veces solo, no incomprendido, pero sí alejado. Odiaba la rutina, el compromiso, el narcisismo hasta más no poder, las prepotencias. Incluso a veces se odiaba a sí mismo. Eran los restos de un pasado dejado atrás hacía poco tiempo. 
Aquel banco le transmitía todo lo que necesitaba, una hora allí sentado, viendo a la gente pasar, fumándose aquella caja de cigarrillos que guardaba para la ocasión, escuchando aquella música de los 80. El humo dibujaba extrañas formas en el aire, le gustaba que le vieran como un bohemio.

Al fin y al cabo, la vida no es para entenderla, es para vivirla.

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