domingo, 13 de febrero de 2011

Yo me levanto y sigo aquí.

¿Cuántas veces no habremos sentido la necesidad de huir de algún lugar, ya sea de casa, de clase, de la ciudad, del país, de este mundo?
Somos humanos, todo el mundo por muy fuerte que sea, pasa malos días. Algunos los pasan en soledad y austeridad y otros prefieren compartirlo para que todo el conglomerado interior que les ocupa sea compartido y pese un poquito menos. Para el caso, lo mismo. Todos sentimos aunque no lo reconozcamos.
Más días de los que yo desearía, no para mí sino para todos, llueve. Y no tenemos paraguas.


Quizás tenga esa pequeña facilidad de ver todo siempre un poquito más sencillo, de ver que después de una gran tormenta o de una pequeña llovizna siempre viene la calma, siempre. Pero también reconozco que antes no era así, que antes me ahogaba con mi barco de papel en una bañera. Pero poco a poco te haces remos, plastificas la barca y la sacas mar adentro...



Acabó de comer y siguió los pasos de aquella rutina que había aprendido muchos años atrás: recoger la mesa, fregar y barrer la cocina. Sabía de sobra que eran los pequeños gestos los que más apreciba. Cantaba mientras iba por la calle, mientras paseaba al perro o iba a hacer la compra. Le daba igual cuál fuese la melodía de su vida con tal de que no se tratase de la banda sonora de una película de miedo(s). Algo de rumba, hip-hop, rock, pop. Le daba igual. 
Uno de aquellos días alguien le preguntó:


-¿Te sonríe la vida?
-No, soy yo quien le sonríe a ella.



En los pequeños detalles reside la verdadera felicidad.

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